LOS DIFUSOS COLORES
Los cocolos: la identidad labrada
Por Norberto James Rawlings/El autor es poeta y educador
Existen versiones contradictorias sobre los orígenes del término cocolo. La más popular atribuye ese origen a la corruptela del gentilicio derivado del nombre de la isla Tórtola.
Hace algún tiempo me quejaba yo a Diógenes Céspedes, cuando era editor del suplemento cultural del diario dominicano El Siglo , por el encargo con que me había responsabilizado.
"Te estoy enviando un ejemplar del libro La cocina cocola , para que nos hagas una reseña ", decía escuetamente su nota por e-mail. Al comunicarnos por vía telefónica, le manifesté mi preocupación por el hecho de que se estuviera proyectando, de mí una imagen de ser experto en lo que llamé cocolografía .
El término, claro está, me lo había inventado. Lo hice en un artículo que publiqué en ese mismo suplemento, el verano de 1999, bajo el título de "Apuntes de cocolografía ".
Para ser justo debo decir que, si tuviéramos que conferir título de cocológrafo, tendríamos que comenzar con el Prof. José del Castillo, el Dr. Julio César Mota Acosta y el Prof. Orlando Inoa, quienes han estudiado con rigor a esta minoría dominicana.
A estas alturas, no me cabe la menor duda, que algunos ya se habrán preguntado "¿Qué es un cocolo ?" El profesor Orlando Inoa, al historiar el término cocolo en su libro Azúcar. Árabes, cocolos y haitianos 1 , rastrea las diversas versiones que dan distintos autores sobre el origen del término y, muy acertadamente, lo identifica como "el primer signo de rechazo a la inmigración de braceros azucareros procedentes del Caribe inglés." 2 Hay que consignar que entre las razones del inicial rechazo de los dominicanos a los inmigrantes británicos estaba lo económico y lo racial, no necesariamente en ese orden prioritario.
Los cocolos como comunidad minoritaria dominicana, proceden de una comunidad mayor, la caribeña que, a su vez, se desprende de otra mucho mayor, la africana, traída al Nuevo Mundo por el mar y entre cadenas.
Existen versiones contradictorias sobre los orígenes del término cocolo . La más popular atribuye ese origen a la corruptela del gentilicio derivado del nombre de la isla Tórtola. Pedro Mir, en su "Carta anti-prólogo" al libro de Julio César Mota Acosta titulado Los cocolos en Santo Domingo , 3 refuta esa tesis:
“De ninguna manera –dice- puede proceder de la palabra ‘ tórtolos ' como habitantes de La Tórtola” y agrega que “ evidencia [de] la falsedad de ese origen es que la palabra la utilizaba profusamente Gaspar Hernández hacia 1843 para designar a los haitianos, a veces en la forma de ‘ mañeses cocolos”, de manera que la palabra se utilizaba en nuestro país un siglo antes de la inmigración barloventina. 4
Si es cierto que el término cocolo es hoy un mote cariñoso, "a term of endearment," como se diría en inglés, no es menos cierto que las fuentes racistas que alimentaron el antinegrismo y el antihaitianismo del siglo XIX y principios del XX, fueron las mismas que instigaron el rechazo de los inmigrantes del Caribe oriental, por ser negros y mulatos.
El primer núcleo de inmigrantes arribó a República Dominicana en el año 1872. 5 Algún tiempo después el industrial William L. Bass encabezaría una campaña de reclutamiento de braceros por todo el Caribe oriental. Se iniciaría luego el paulatino asentamiento de los entonces súbditos británicos caribeños en las regiones de producción azucarera. Los recién llegados se percataron de que en comparación con sus islas de origen, en las nuevas tierras podrían disfrutar de mejores niveles de vida. 6
En contraposición a la imagen de docilidad y sumisión que la prensa tradicional dominicana nos da de estos inmigrantes, José del Castillo nos dice que en 1902 los cocolos realizaron una huelga que paralizó la molienda del ingenio Santa Fe 7
El más importante diario dominicano de la época, el Listín Diario mantuvo una vigorosa campaña de denigración contra los braceros y llegó a pedir que se reprimiera con mano de hierro (la expresión en uso hoy es "con mano dura") cualquier intento o amenaza de huelga.
En 1914 se reactivó la campaña de rechazo de los inmigrantes. Se formó una organización con la supuesta finalidad de propugnar por la prohibición de la inmigración de braceros caribeños. Lo cierto era que el objetivo de sus organizadores era amedrentar a los cocolos, quienes para entonces habían iniciado jornadas de lucha en demanda de aumento de salario. 8 Aquella agresiva campaña no se diferenciaba en nada de la que hoy vemos contra los braceros haitianos.
Vale la pena subrayar que, en el ámbito de la ficción literaria dominicana, aquello no pasó inadvertido. El periodista y novelista Pedro Andrés Pérez Cabral (1914-1989), en el primer capítulo de su novela Jengibre 9 , narra aquel paro.
Ante la avalancha de quejas por el maltrato a los braceros, Gran Bretaña nombró cónsules para atender las regiones en que residían sus súbditos caribeños. Aquello logró sembrar en ellos la idea de que eran ciudadanos de una potencia mundial, residentes en provincias de ultramar. Hubo, claro está, casos en que ese fuerte orgullo de ser ciudadano británico, se tradujo en manifestaciones de arrogancia. 10
En mi infancia y buena parte de mi juventud en el ingenio Consuelo vi. siempre colgado en lugar prominente de la casa el retrato de la Reina de Inglaterra. Ese mismo lugar, a partir de la década de los años cincuenta, sería compartido con el del "Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva ", Rafael Leonidas Trujillo (1891-1961) y la ominosa placa de bronce que rezaba "En esta casa Trujillo es el Jefe."
El batey, como se sabe, tiene su propia cultura. Es una cultura regida por las leyes de la necesidad y de la supervivencia. El batey es heredero de su antecesor colonial, la plantación esclavista. Es un entorno de subordinación y de obediencia al superior inmediato.
Con la compra de un buen número de los ingenios azucareros por parte de Trujillo en los años finales de la década de los cincuenta, las comunidades cocolas de los bateyes azucareros, se fueron transformando radicalmente.
Al pasar a manos del aparato burocrático trujillista, esas características nefastas que acabo de señalar, se fueron acentuando y el trabajo que inicialmente era el elemento aglutinante de la comunidad, junto con el horror a perder el puesto, pasaron a ser los principales desestabilizadores sociales. Se inició entonces el éxodo de los cocolos a otras tierras o regiones, cuando no a sus islas de origen.
Yo soy un cocolo de tercera generación. A temprana edad en el ingenio Consuelo, donde nací y luego en San Pedro de Macorís, en mi adolescencia, conocí la hostilidad, el resentimiento y el desprecio por el color de mi piel, por mis apellidos y por mi acento inglés.
Aunque en mi familia no faltaron esfuerzos para advertirme que no era dominicano: "Fíjate en tus dos apellidos: James Rawlings," colaboré con el Movimiento Revolucionario 14 de Junio. Fui militante del Movimiento Popular Dominicano, y dirigente en la Capital de la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER), porque entendía que la paz y tranquilidad que prometía el trujillismo rezagante, encabezado por Joaquín Balaguer, no era más que la paz y tranquilidad de los cementerios.
Tras el estallido de abril de 1965 y sus consecuencias para la sociedad dominicana, mi familia emigró a Estados Unidos. Yo no pude, porque la Embajada estadounidense en el país me tenía en su lista de personas "not fit to travel to US territory."
Angustiado ante el éxodo familiar y de la comunidad cocola , encaré mi propia crisis identitaria que dio como resultado mi primer libro de poesía titulado Sobre la marcha . 11
Los cocolos , poca duda le cabe a cualquier dominicano o dominicana que se respete como tal, constituyen una honorable e industriosa inmigración. Su vida austera, sus hábitos mesurados y disciplinados. Su honradez y su laboriosidad, son virtudes de las que los dominicanos podemos sentirnos orgullosos. Hoy son muchos los cocolos que honran, no sólo las regiones en donde originalmente se asentaron sus antepasados, sino a todo el país. Para ellos, para darles la bienvenida que nunca tuvieron, es mi poema "Los inmigrantes."
Los inmigrantes
Aún no se ha escrito
la historia de su congoja.
Su viejo dolor unido al nuestro.
No tuvieron tiempo
--de niños—
para asir entre sus dedos
los múltiples colores de las mariposas
atar en la mirada los paisajes del archipiélago
conocer el canto húmedo de los ríos.
No tuvieron tiempo de decir:
--Esta tierra es nuestra.
Juntaremos colores.
Haremos bandera.
La defenderemos.
Hubo un tiempo
--no lo conocí—
en que la caña
los millones
y la provincia de nombre indígena
de salobre y húmedo apellido
tenían música propia
y desde los más remotos lugares
llegaban los danzantes.
Por la caña.
Por la mar.
Por el raíl ondulante y frío
muchos quedaron atrapados.
Tras la alegre fuga de otros
quedó el simple sonido del apellido adulterado
difícil de pronunciar
la vetusta ciudad
el polvoriento barrio
cayéndose sin ruido
la pereza lastimosa del caballo de coche
el apaleado joven
requiriendo
la tibieza de su patria verdadera.
Los que quedan. Estos.
Los de borrosa sonrisa
lengua perezosa
para hilvanar los sonidos de nuestro idioma
son
la segura raíz de mi estirpe
vieja roca
donde crece y arde furioso
el odio antiguo a la corona
a la mar
a esta horrible oscuridad
plagada de monstruos.
Óyeme viejo Willy cochero
fiel enamorado de la masonería.
Óyeme tú George Jones
ciclista infatigable.
John Thomas predicador.
Whinston Broodie maestro.
Prudy Ferdinand trompetista.
Cyril Chalenger ferrocarrilero.
Aubrey James químico.
Violeta Stephen soprano.
Chico Conton pelotero.
Vengo con todos los viejos tambores
arcos flechas
espadas y hachas de madera
pintadas a todo color
ataviado
de la multicolor vestimenta de “Primo"
el Guloya-Enfermero.
Vengo a escribir vuestros nombres
junto al de los sencillos
ofrendaros
esta Patria mía y vuestra
porque os la ganáis
junto a nosotros
en la brega diaria
por el pan y la paz
por la luz y el amor.
Porque cada día que pasa
cada día que cae
sobre vuestra fatigada sal de obreros
construimos
la luz que nos deseáis
aseguramos
la posibilidad del canto
para todos.
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